PERÚ III. Las lineas de Nazca

Lineas de Nazca. La ballena y un papagayo
Comencé mi particular "Camino del Gringo" subiendo a un autobús donde facturaban las maletas, había azafata de autobús con uniforme y todo, los asientos eran de cuero increíblemente cómodos, te daban un almuerzo y si jugabas al bingo igual te ganabas una botella de Pisco. Flipante. Igualitos que los de "La Blasa".

Durante este viaje mis días amanecerían a las 5 y media de la mañana casi siempre. Parece temprano, ¿cierto? Pues no lo suficiente para esta gente que me levantara a la hora que me lenvantase, no importa cuan temprano fuera, ellos ya estaban en danza con sus ruidosos coches, desayunando en las aceras, comerciando o transportando grandes fardos de mercancías sobre sus lomos.

Sentada junto a la ventanilla no podía apartar la vista de ella. El Pacífico color plata y una franja infinita de arena clara era lo que se veía kilómetro tras kilómetro. La carretera como frontera y al otro lado las chabolas diseminadas, infraviviendas de adobe, cartones, plásticos y chatarra sobre las arenas infinitas del desierto costero de Perú. Asentamientos ilegales de los más pobres entre los pobres. Los que ni siquiera pudieron llegar a la ciudad para convertirse en mendigos de capital. Y como el Universo no sabe de límites, esos chamizos, los antiguos hogares de familias completas, convertidos por un meneo del Destino en montículos de escombros.

En 2006 sacudió un terremoto toda esta zona de Perú. Y a la pobreza hasta entonces timidamente humilde pero serena, la hicieron añicos. La convirtieron en escombros. Donde antes vivía una familia, ahora había un montón de piedras, ladrillos de adobe y chatarra. Y a sus pies continuaban viviendo esas familias. Porque ese montículo es lo único que les quedaba. El espacio que ocupa y el material del que está hecho. Y si lo abandonan, pierden su derecho sobre él. Ya que todos estos asentamientos son ilegales y ya se sabe: quien se fue a Sevilla perdió su silla. La paupérrima propiedad privada de a quien no le queda nada.


Tras unas horas con la misma imagen pegada al cristal de mi ventanilla llegamos a Ica. Capital del distrito de Vista Alegre. ¡Toma y toma contradicción! Aquí convivían las casas ruinosas con los montículos de ruinas. Las típicas casas por rematar con los pilares al aire, (estratagema común entre los peruanos para ahorrarse el impuesto de la vivienda, ya que esta está eternamente en construcción) y sin embargo repletas de pequeños comercios de todo tipo, abigarrados, caóticos, de mil colores, sin orden ni concierto para los cuadriculados ojos de una europeita de pro. Sin aceras. Me enamoran las ciudades sin aceras. Sobre el desierto, ¿para qué voy a poner una acera que se va a comer la arena en dos días? Tampoco hay aceras en la aldea del Rocío, ni en Puerto Natales, ni en Sepahua... Me enamoran las ciudades sin aceras.

Llegué a Nazca. Directamente al aeródromo de Nazca. Me subí en una avioneta y contemplé lo que durante miles de años ha permanecido grabado en el suelo del desierto, imperturbable. Como si la extensa meseta desértica hubiera servido de lienzo para dibujar gigantescas figuras de animales de formas geométricas, grandes trazados de líneas rectas, o triangulares, y la figura humana vestida con escafandra... Esto supera a mi imaginación. Y eso, os lo puedo asegurar es muy, muy difícil. Nadie, nunca, podrá desentrañar el significado de las figuras de Nazca. Y en el fondo nos lo merecemos. Los tan avanzados e inteligentes humanos del siglo XXI merecemos que nuestros antepasados nos den lecciones de dignidad y nos obliguen a reconocer ante su arte que no tenemos ni pajolera idea de por qué ni para qué.

A continuación lomo saltado, papa huancaina, mate de coca. A partir de ahora me convertí en fan número uno de la comida peruana. Dios, ¡qué bueno estaba todo! Y por menos que un Mc Menú.

Con la barriga llena de hidratos y la mente llena de misteriosas imágenes, aliens y culturas ancestrales, me recogieron para llevarme por la Panamericana (menuda tontería pero me hizo una ilusión enorme circular por esa famosísima carretera) ,ya anocheciendo, hacia el oasis de Huacachina. Mientras el conductor nos iba contando historias de fantasmas, aparecidos, niñas de la curva de la Panamericana, rodábamos en la más completa oscuridad rodeados de desierto.
La mejor historia, la del final: EL LOQUITO DE LA PAMPA 

Perú me está dando más de lo que esperaba...

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