La Vega desde la fuente. Nosotros veníamos del collado de la izda. |
Aquella rutilla había comenzado de lo más entretenida salvando a un choto y haciendo de vaqueros en la Vega de Liordes. Pero eran cerca de las tres de la tarde y el calor que hacía no era normal para estar aquí arriba.
Miramos en el mapa del IGN y vimos marcada una fuente al fondo a la derecha de la vega. Nuestro camino era justo en sentido contrario, pero no tenía ningún sentido caminar con estas temperaturas y casi sin agua.
Atravesamos la vega buscando la fuente. A mi cada hoyo, cada charquillo, me parecía una fuente. Pero no fue hasta llegar al fondo del todo que la encontramos. ¡Oh qué placer más placentero! Nos empapamos gorras, camisetas, cuello torrado, nos remojamos los pies, cambiamos el caldo de nuestras botellas por el agua rica, fresca y cristalina de aquella surgencia. Sacamos un tentempié y recuperamos fuerzas sentados a la orilla del riachuelo que allí nacía y que atravesaba la vega.
Las chovas no tardaron en aparecer. ¡En cuanto oyen ruido de envoltorio alli que se plantan a ver qué cae!
Como las palomas, las gaviotas, los gorriones... y toda esa fauna "adaptada" a la marabunta humana que todo lo invade.
La senda aérea |
Ya un poco recuperados, nos pusimos en marcha. Tooodo seguido hacia el Este. La ruta es sensacional porque a tu izquierda, en cuanto sales de la vega, es muy aérea, y el sendero en ocasiones se limita a nada, o pasas por aquí o pasas. Como más me gustan las rutas, que no se noten los caminos. Sobre la roca plateada de Picos, siguiendo los hitos, conté hasta cinco collados que tuvimos que atravesar. Aunque no eran muy altos. El paisaje espectacular y de pronto aparecía allí al fondo colgando en el aire el Refugio de Collado Jermoso.
Torre del Friero a la izda. |
Llegamos casi a la hora de la cena. Habíamos llevado tienda y comida porque no pudimos reservar hueco en el refugio. Estaba hasta los topes. Pero a mí se me revolvían las tripas de pensar que esa noche dormiría en el frío suelo de la tiendita de campaña, cuando dentro sabía a ciencia cierta que se está tan calentito...
Así que entré a preguntar si había un par de platos de cena de sobra y un huequito donde dormir para uno y medio, que yo ocupo muy poco. Y desplegué mi más maravillosa de las sonrisas y mi encanto montañeril y...
Cenar creo que no cenamos dentro, pero dormir... ¡Ya lo creo que si! !Yupi!¡Calentitos y con colchoneta! Qué lujo de vida ésta.
Vimos el atardecer tomando una cerveza desde el balcón natural que ofrece Collado Jermoso, estirando los músculos que se iban quedando fríos y charlando con otros personajes singulares. Cuando el Sol se ocultó debió bajar la temperatura 15 grados de golpe y fue entonces cuando me alegré sobremanera de no tener que poner ni quitar tienda, y de dormir bajo techo calentita rodeada de lustrosos montañeros roncadores.
¡Cómo será que me gusta tanto!
Collado Jermoso y Refugio |
A la mañana siguiente, nos levantamos bien temprano. No queríamos que nos pasara lo de ayer y además había que regresar a Madrid por la tarde. Recuerdo las moles de roca grises que nos rodeaban, el frío y el silencio. Cuando andas por el monte la percepción de los sentidos brilla más y es dulce y no te llega al cerebro, sino más hondo...
Seguramente sea esa la razón de que ame a la Naturaleza, porque cuando estoy en ella me siento viva de verdad.
Hogar, dulce hogar |
En fin, la vuelta transcurrió sin incidentes. Era una lineal con lo que desandamos el camino. Llegamos a Liordes y subimos el collado para bajar por la Canal de Pedabejo.
Sin embargo yo a estas alturas tenía un problema gordo: Hacía poco que había comenzado a usar plantillas ortopédicas y ésta era la primera vez que las usaba con mis botas. ¡Gran error! Al calzar la plantilla la bota se convertía en un número menos y en la bajada por la Canal me destrocé los deditos. Literalmente no me cabían en la bota. ¡Y fuí tan lerda que no se me ocurrió sacarme las plantillas! (¡Encima ésto se me acaba de ocurrir ahora, maaadre mía!)
El caso es que Félix hizo todo lo que pudo para entretenerme y que no pensara en el dolor, pero terminé llorando en el pilón de Cabén de Remoña. ¿Y qué se me ocurrió para bajarme la pista que nos quedaba por delante? ¡Quitarme las botas! ¡A tomar por saco!
Me planté dos pares de calcetines y entre medias la plantilla y así bajé, con mis deditos liberados. ¡Buf! ¡Qué gusto cuando algo deja de doler!
Esta vez no hubo suerte y no pasó ningún pastor a toda prisa hacia la carretera. Lástima...
No me gustan las pistas y menos si voy descalza... |
Cuando llegamos a Santa María de Valdeón nos metimos unas fabes con tinto de verano pal cuerpo que fueron una bendición.
Desde la terraza del bar veíamos nuestras montañas plateadas.
Acabábamos de pasar dos días geniales en el fin de semana más caluroso del año desde hacía no sé cuánto.
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