Perú I. Un sueño cumplido


El parque del Amor en Miraflores. Allí pedí un deseo y... ¡se me cumplió!
Cuando colgué el teléfono me quedé sentada en la taza del váter. Acababan de regañarme por desaparecer del mapa demasiado tiempo, por no cuidar a las amigas. El curro, el amante, los amigos estaban en segundo plano, solo tenía ojos para mi viaje. Para conseguir hacer realidad un sueño que ya llevaba demasiado tiempo en mi cabeza y había llegado el momento de hacerlo realidad. Recorrería la mitad sur de Perú, lo que se viene en llamar El Camino del Gringo, pues son las zonas de mayor afluencia turística. La última parte la dedicaría a pasar unos días en Sepahua, selva central colaborando con una ONG. Un mes. La vuelta el 8.8.8.

Lo tenía todo reservado de antemano, no era un viaje de ir a ver donde me llevaban los pasos. Tenía bien claro lo que quería ver, y si de paso veía algo más mejor que mejor. Siempre en autobús para no perderme nada, allí las distancias son gigantescas.

Las reuniones de formación en la ONG me aburrían soberanamente, pero entendía que fueran un requisito indispensable para poder participar en el proyecto. Solo ponía atención cuando me hablaban de los indígenas, de sus formas de vida, de las comunidades en el interior de la selva... me enseñaban en un mapa dónde estaba Sepahua y con maquetas como eran sus chozas, había una exposición permanente de fotografías de caras nativas, niños de piel dorada y ojos negros y ancianos surcados de un millón de arrugas a los que casi no se les veía los ojos y que sonreían a la cámara desdentados.
Volvía a casa llena de imágenes de aquellas gentes y me imaginaba caminando por la selva...
Poco a poco la fecha de partida se acercaba. Banco y dinero, teléfono, mochila, billetes de avión y pasaporte. Todo estaba bajo control. 
Me compré la Lonely Planet y me la aprendí con todo lujo de detalles. Los detalles son muy importantes.

Solo recuerdo del vuelo transoceánico el rato que estuve hablando con aquél chico que volvía a Perú esta vez para recorrer la Cordillera Blanca y que de nuevo me llenó de imágenes y sueños la cabeza... Se llamaba Ángel y me dió recuerdos para Jose, el catalán, al que podríamos ver en el oasis de Huacachina con algo de suerte, aunque hacía un año que no sabía nada de él...

Cuando salí del avión me rodeó una capa anaranjada de luz tamizada por una niebla que era nube y polvo del desierto a partes iguales. Salí en verano de España y aquí era invierno. Se sentía muchísima humedad.
Y en cuanto recogí la mochila me puse a regatear el precio de un taxi que me llevara a Miraflores. El barrio donde había reservado la habitación y donde me encontraría con un agente de viajes que me daría los vouchers de los buses de los próximos días.

El taxi debía tener más años que carracuca, sin cinturones de seguridad atrás, arrancó a tirones y salimos escopetados del aeropuerto directos a ser engullidos por una gran marabunta de coches viejos, sucios y contaminantes, que como en una huída vertiginosa, se adelantaban unos a otros, compartían carriles, frenaban de golpe y de golpe aceleraban al máximo... Aquello era el caos más absoluto. Poco a poco aquella riada automovilística nos fue metiendo en Lima. Todo era gris, cemento y polvo gris. Tubos de escape y humos grises. Los colores estaban debajo de aquella gran nube gris sucio. Casas de ladrillos grises con las vigas por rematar quedaban al aire, los Chifas, famosos restaurantes chinos de Perú, donde se han combinado los platos chinos con los sabores del país. Me hacía ilusión comer en uno de aquellos chifas...




Desde el taxi, el Océano Pacífico y la bruma pernne...
El taxi continuaba su alocada carrera hacia la carretera de la costa. ¡El Pacífico! Por vez primera veía el Océano Pacífico. Qué emoción... Aunque el miedo a matarme en esta tartaja de coche hacía que no lo disfrutara plenamente. Si sobrevivía a la carrera ya tendría tiempo de contemplar aquellas maravillosas vistas sobre los acantilados.
Gracias a Dios llegué al hostal sana y salva. Me dieron una habitación y descubrí por qué este sitio era tan barato si estábamos en la zona pija de Lima. Era un hostal frecuentado por lumis... Olía a desinfectante y las sábanas dejaban mucho que desear, pero ¡qué más da!¡Estoy en Perú!

Tenía unas horas antes de la cita con el contacto que me daría los pases de autobús, así que me puse en marcha. Miraflores es una pequeña, moderna y resindencial ciudad cercana a Lima. La "zona buena" de Lima. Paseé sin rumbo por sus calles, con los cinco sentidos captándolo todo, los parques, las avenidas, la zona de bares y restaurantes,el mercado de artesanías, el paseo marítimo sobre los acantilados, el parque del Amor, los parapentes sobrevolando el océano y los surfistas como motitas negras esperando ordenadamente la llegada de la ola...

¡Ole ole y oleeee!
Cambié dinero, me bebí la primera Cusqueña, ¡me encontré con Ángel!, el chico del avión, que venía de cenar en un vegetariano (no me preguntéis por qué recuerdo estos detalles. Yo tampoco lo entiendo), compré lo que desde ese momento se convertiría en mi cuaderno de viaje y volví al hotel.

Allí estuve esperando a la chica que finalmente me dio los vouchers, e instrucciones para llevar a cabo con éxito mis primeros días de viaje.
¡Por fin lo había conseguido!
Estaba al otro lado del charco, con la mochila y mucha ilusión.


Había llegado a Perú.

No hay comentarios:

Publicar un comentario