EL REFUGIO DEL ALMA




"Está anocheciendo, pero aún no siento frío. Además la energía del cuerpo en movimiento genera calor más que suficiente...". (Yo)
Siempre camina en camiseta. Y si pudiera seguro que caminaría desnuda y sin botas. ¡Qué imagen! La miro a lo lejos, su silueta se difumina en la penumbra, parece un bicho de monte. Sé que su objetivo es llegar al refugio, aunque en el fondo de su corazón seguramente está deseando pasar la noche bajo un repecho en la roca... Yo no, ni de broma.(Tú)
Hace frío, ahora lo noto, está anocheciendo y quiero llegar al refugio. Aunque el día ha sido espectacular. Está siéndolo aún. El bosque brillaba. Aquí no hay nada que me obligue, ni nadie. Voy siguiendo la senda marcada o no y puedo ser todo lo inconsciente que quiera porque solo estoy yo. Libre para llegar al límite y si puedo, traspasarlo. Pero también lo disfruto si voy con alguien y ahora comparto esto con ella. De momento me sigue el ritmo y el juego. Eso necesito, alguien que se acerque a mi punto inconsciente. Bueno, ella no llega a tanto pero... ¡le jode tanto decir que no! Me sienta bien caminar durante horas sin cruzar palabra, aquí el silencio pone a cada uno en su sitio... (Tú)
 Los músculos de las pupilas hacen esfuerzos por dilatarse al máximo. Me viene a la mente la imagen del zorro ya con su pelaje de invierno que sorprendido por mis pasos se me cruzó en el camino coincidiendo por un instante nuestras miradas. Un millón de veces más intensa que cuando juego a cruzarlas en los bares. Ahí no existen los colores que hemos visto aquí hoy,  ni te da la sensación cuando respiras de que te llenas de energía de tierra húmeda, ni siquiera el corazón te palpita de la misma forma. Me siento en la gloria. Llevamos cerca de 8 horas caminando y no tengo más que ganas de que no anochezca, que esto no se acabe. Miro hacia atrás, casi no le veo pero anda por ahí. Me gusta esa sensación...
Hay que llegar. ¿Dónde andará el maldito refugio?! Las montañas ahora son menos duras, solo sombras fáciles de traspasar y la poca nieve que hay resplandece más que cuando le daba el sol. Parecen  manchas fluorescentes sobre las rocas grises y negras.Ahora respiras solo frío que huele a nieve sucia. Se me pone la carne de gallina... ¿O es el frío? ¡Coño! ¡Que hace frío! Sin parar de andar te sacas la mochila... y te vas metiendo las mangas de la chaqueta...
Me gusta caminar con él. Creo que sentimos y pensamos lo mismo en los mismos puntos del camino. Y no hace falta hablar. Hablo por los codos, sobre todo hablo cuando tengo dudas estoy nerviosa no quiero que el silencio me obligue a ser sincera no me apetece que otro dirija una conversación que pueda resultar incómoda... Hablo para ensuciar el aire para animar a un grupo para esconderme o para ocupar el tiempo. Casi siempre me escondo detrás de mis palabras. Mi forma de ser sincera es de otra manera. Pero en el monte no se habla. Hablo en la cama, en los bares, en las quedadas, en las sobremesas... Pero el monte está para ir siguiendo el sendero mientras vas comiendo frambuesas, nueces, escaramujos..., mientras te acompaña el rugido de un río de alta montaña y el olor a humus de las hojas en descomposición que te rodean. Está para ir repasando mentalmente cada especie aromática, de árbol de rivera, de seta, de roca o mineral, de pájaro... para que te lloren los ojos con el aire frío, para superarte. Aquí no puedo ser más yo. Y no hay nada más sincero que ser uno mismo. Ni siquiera  teniendo sexo con alguien soy tan sincera como caminando en el monte. Que se te va la pinza ¡Locaaa!
Las manos, las tengo heladas. Las Nuestras están directamente conectadas con los sentimientos. Cada centímetro de piel recibe el sentimiento de la piel del otro y para eso deben estar calientes...
El refugio no aparece. Voy a mirar, no sea que nos lo hayamos pasado por debajo..." (Yo)

200 metros por debajo de ellos caminaba solitaria, en paralelo a su camino, una mujer de unos 60 años, las botas gastadas, mallas hasta la rodilla, camiseta de manga corta y una pequeña mochila. Toda la vida caminando junto a su perra que cada 8 o 10 años cambiaba de forma: de coker a podenco, de mestizo a jorkshire... pero no de espíritu. Ahora era un labrador negro de perlo largo y mirada profunda, antigua, tranquila que la seguía a una distancia prudencial. No le gustaba la oscuridad. Ella caminaba con paso ligero pero no había prisa alguna en su actitud. No podía dejar de mirarla.

Desde arriba, en esta situación, es imposible que me descubra observándola aunque realmente tampoco es que esté espiándola ni nada. Ya no se ve ni de qué color es su pelo, prácticamente es de noche, pero lo lleva largo. Qué raro, la verdad, casi todas las mujeres de su edad acaban por llevarlo corto. Ella no. Media melena ondulada y suelto sobre los hombros. Ese camino discurre por una terraza inferior a la nuestra y seguramente terminará en el refugio al que vamos nosotros. Nos encontraremos allí en un rato. Avanzo unos cientos de metros más y me asomo otra vez. Allí está, a la misma distancia que antes. Llevamos el mismo paso.  (Yo)

 "Se me está haciendo de noche. Estoy a punto de llegar al refugio, seguro. Recuerdo donde está. Cómo olvidarlo. Tantas veces que he dormido en él, me he calentado, me han dado conversación y lentejas calentitas con arroz... Vamos peque, que en cuanto lleguemos te doy de comer. Ha sido un día precioso. En el monte siempre he sido aceptada como animal de compañía. Aquí estoy viva y necesito sentirlo muy a menudo para no caer en la ansiedad más absoluta. Recuerdo a mis hombres. Montañeros o al menos montañeros durante el tiempo que estaban conmigo. La gente hace verdaderos esfuerzos para sentirse acompañada. Todos vivieron el monte de maneras diferentes a la mía, pero con él... Con él el sentimiento era el mismo y a la vez. Y brutal. La energía que compartimos no la he vuelto a sentir con nadie más de nuevo. Todo después fue más fluido, tranquilo, sencillo, aburrido o fácil..." (Ella)

"Aprieta el ritmo, a ver si la alcanzas, ahora que no hace más que pararse a mirar por la pared abajo ¿Qué estará mirando? Cuando llegue a su paso miro a ver. Ha sido un día estupendo pero como esto se alargue mucho más nos vamos a ver en un lío. ¡Eh! ¡Espérame ahí! ¿Ves el refugio? Tiene que andar por aquí cerca ya... ¿Qué miras? ¿Está ahí? Bueno pues a ver qué es lo que está mirando..." (Él)

En una terraza inferior, un hombre maduro caminaba solo, a buen paso, con la misma dirección que ellos hacia el refugio. Tenía el pelo rizado y canoso y era alto y delgado. Pantalones de pana marrón, botas usadas y cortavientos. No llevaba mochila. Iba unos 500 metros por debajo.

"¡Ésta siempre pensando en lo mismo! ¡Le da igual uno de 50 que dos de 20!
Lo que te digo, está pirada. Seguro que piensa en llegar al refugio y ponerse a charlar con él. Cosa que hará en un instante ¡porque habla hasta con las paredes! Menos mal que aquí se calla..." (Tú)
" La vez que vinimos juntos. Cómo olvidarlo. Fue la última excursión intensa que hice con ella. Después fue imposible repetirlo. Caminábamos por esta misma pared, pero 500 m más arriba. Un espectacular día soleado de otoño. Ahora como no apriete el paso me va a pasar lo mismo que entonces y eso que esta vez me sé el camino de memoria. He venido aquí tantas veces después... Para escapar, para olvidar, para recordar, para respirar... aunque siempre solo. Al final es como mejor se está. Tengo hambre y frío. Aquello es el refugio. Estoy en 10 minutos. Acaban de encender el generador. Mmmm ¡Cenita calentita!" (Él)

La luz amarillenta de la bombilla comenzaba con dificultad a brillar acumulando energía. Como un faro en la costa para los cuatro caminantes que vieron la luz que les servía de guía y les invitaba a apretar el paso. Ellas remoloneaban, ellos aceleraron. Los cuatro llegaron al refugio. La primera sensación era incómoda: quítate las botas empapadas de nieve en la entrada y ponte los zuecos fríos de plástico rosa. Rápidamente pasan al interior del refugio y la cosa cambia mucho. Olor a leña, a guiso, a calcetines colgando en la cuerda alrededor de la estufa, ¡a cerveza! Se pusieron cómodos, se secaron las botas, charlaron con el resto, cenaron caliente... Él durmió recordando las manos de aquella mujer y ella con aquel hombre y sus manos. Los otros dos durmieron en paralelo los mismos sueños: aventuras, viajes y montañas que tenían por hacer en común.
El refugio siempre estuvo ahí, siempre estará ahí para darnos el calor que nosotros mismos no nos sabemos dar.

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